María Cueva Méndez es la directora musical y pianista del sexteto Nórdica Ensemble, junto al cual interpretará en directo una banda sonora para la película muda Nanuk, el esquimal (Robert Flaherty, 1922). Este filme es considerado la primera obra maestra del cine documental, puesto que retrata de forma muy emocionante la decadencia de la cultura tradicional inuit.

No obstante, en muchas ocasiones su fidelidad al material antropológico ha sido cuestionada: la imagen más característica de ello tal vez sea la del iglú que el director del filme cortó por la mitad para grabar en su interior con luz natural. En su reinterpretación musical de esta película, María Cueva y el Nórdica Ensemble trabajan precisamente con esta doble naturaleza de Nanuk, resaltando la belleza de las llanuras heladas y, a la vez, señalando a la cámara que graba ese medio iglú.

¿En qué consiste tu propuesta musical para Nanuk, el esquimal?

Nanuk está construido como un documental antropológico aunque no lo es realmente. Yo estudié Antropología y ese tema me pone un poco nerviosa, porque la mirada del otro siempre representa tus propios prejuicios al retratar. Cuando pones música, aunque parece muy inocente, también estás retratando. Pones tu propio sesgo en lo que ves.

En realidad, Nanuk no es un documental, sino una película. De hecho, el propio Flaherty buscó actores y recreó la vida de los inuit 100 años antes de 1922; para entonces ellos ya estaban cazando con rifles. Eso me dio un poco de tranquilidad: ya que esto va de sesgos, vamos a sesgar.

La película representa al «buen salvaje», la belleza de los paisajes impresionantes y helados de Alaska, la simplicidad de la vida de los inuit, la alegría con que la llevan… La película es muy encantadora: es lo que Flaherty quería plasmar en la pantalla.

Entonces, lo primero que se me ocurrió fue la música de Raquel Rodríguez.

Una de las piezas principales, que va a ser el hilo conductor, se llama Luminiscencia. Luminiscencia es algo que refleja la luz, como la nieve y el hielo. La música de Raquel trata ese aspecto que Flaherty quería recoger en su película, el encanto de la vida sencilla y lo maravilloso de los paisajes.

Pero, luego, lo suyo era deconstruirlo un poco, con grabaciones de campo, sonidos ambientales y cantos tradicionales. Quise ir más allá y meterme en otro sesgo, con música contemporánea de un compositor de música comprometida a nivel social, George Crumb. Precisamente, en el festival de música de cámara CIMCO, que se hace este año por primera vez, se va a interpretar una sesión de El canto de la ballena. Yo cogí una pieza de El canto de la ballena, que tiene muchísimo que ver con la película: Crumb la compuso en los años 70 gracias a las grabaciones de un biólogo de las ballenas jorobadas.

Entonces, ¿tu relectura de Nanuk tiene una aproximación ecologista?

Flaherty sí que tenía una inquietud ecologista: estaba intentando proteger un estilo de vida que se terminaba. Sin embargo, ahí ya se mezclan cosas escabrosas que son difíciles de tratar. La realidad es muy compleja, por mucho que la queramos poner en blanco y negro.

Por ejemplo, en una de las escenas se ve cómo los esquimales llegan al puesto de compraventa que tienen con el hombre blanco, y se ven doscientos o trescientos zorros polares colgados. Había una tradición de esquilmar la tierra para el desarrollo capitalista, lo que por otra parte también trajo mejoras a los pueblos y acabó con la vida tradicional inuit.

Yo, que soy de pueblo profundo, tampoco me creo ya lo del buen salvaje. Sabemos que la vida así es muy dura. Entonces se busca ese punto de incomodidad: yo, que también soy de tendencias ecologistas, busco ese difícil equilibrio en el que todo confluye.

Una de las cosas interesantes es que en ese sitio hay que comerse a otros seres para vivir —como hacemos todos, obviamente—. Pero allí aparece una morsa y, cuando la cazan, viene su pareja a intentar salvarla. A veces los perros quieren comerse a los hijos porque se mueren de hambre. Hay un canibalismo descarnado porque es un sitio descarnado. Todo eso me llama la atención.

Los inuits tuvieron problemas con el ecologismo últimamente, porque para ellos es tradicional comer carne de ballena. Por todo eso quise meterme en el difícil equilibrio y en la solución no sencilla a la complejidad de la vida.

Desde el punto de vista del acompañamiento de películas mudas, ¿cómo enfocas la relación entre el arte sonoro y el cinematográfico?

En este caso, lo que he hecho es pensar la película por escenas para ordenarla. Por una parte, hay veces que la música mimetiza la escena, buscando la complicidad. Y otras veces, hacia el final, quiero irme de eso, no acompañar a la escena sino alejarme de ella. Realmente, ahí es cuando intento que la música proponga un significado. En los últimos veinte minutos, el discurso musical ya toma entidad propia y entonces la música reivindica su propio significado. Descubre la lectura que está haciendo de la película al final. Hay leitmotivs e ideas, como hilos, durante toda la película, pero al final es cuando la música coge más entidad y descubre cuál es la lectura que hace.

Como pianista clásica, siempre has abierto líneas hacia las otras artes o modalidades musicales. ¿Qué importancia tiene como intérprete esta apertura?

Es maravilloso, porque te permite explorar tu creatividad más allá de lo habitual. Además, abres tu música a otros públicos. Otra cosa que me gusta mucho de este proyecto es que el hilo conductor —además de las grabaciones de campo— es la música de Raquel Rodríguez, que está escrita, pero el sexteto clásico que vamos a interpretar la música intervendremos de manera más improvisada. Eso es muy liberador, y cualquier interacción con otras artes siempre lo es. La música coge más dimensión y adquiere otro grado de libertad.

Dentro de la tradición del acompañamiento de películas mudas, los pianistas improvisaban y estaban a caballo entre la mímesis y la creación de un discurso propio, ¿no?

Sí, sí, claro. Pero no sé hasta qué punto esta versión de Nanuk es más bien una banda sonora, aunque haya momentos improvisados, porque partimos de una partitura y de sonidos que ya existen. Sí hay algunos sitios donde damos margen a la improvisación, pero es un concepto híbrido que se sitúa entre la banda sonora y ese acompañamiento improvisado.

 

NANUK, EL ESQUIMAL POR NÓRDICA ENSEMBLE

13 de marzo
Teatro Campoamor, 19h
Retirada de invitaciones en oviedo.es y en la taquilla del Campoamor a partir del 11 de marzo.

Por XAIME MARTÍNEZ