Mi película documental sigue el viaje por los museos del mundo de una serie de pinturas de Zurbarán antes de volver a su residencia habitual en un castillo del norte de Inglaterra. Esta es la peripecia básica. Se trata de una road movie  a la que se le suma la peregrina historia -que no pienso desvelar aquí- del origen de esta serie y por qué acabó en Auckland Castle.

Todos esos ingredientes me parecen objetivamente atractivos y sostienen muy bien el andamiaje de la película. Pero, ojo, desde el minuto uno en que este proyecto llegó a mis manos he tenido claro que esta historia no va de eso. Una cosa es la intriga que tienes que ir desvelando con cuentagotas para mantener el interés del espectador. Y otra cosa es el misterio que encierra la historia, el imán o la razón profunda por la que yo me vuelco en esta película buscando lo que sé que no voy a encontrar, buscando a Francisco de Zurbarán.

Durante los últimos años he estado leyendo lo que se ha escrito sobre él, he viajado hasta donde se encuentran sus obras maestras, viendo cómo otros las contemplan y mirándolas yo también, deteniéndome en ellas como se detuvo su autor. He creído encontrarlo en los campos pacenses donde grabamos en junio de 2020, cuando por fin retomamos el rodaje después del confinamiento. Me he sentido cerca de él en los alrededores de su pueblo, Fuente de Cantos, mientras escuchaba un silencio entretejido de rumores que reconocí como el mismo silencio que había encontrado en sus mejores obras. Como quien tropieza con un viejo amigo, me resultaban familiares los rostros de algunos extremeños, cuyos antepasados bien pudieron haberle servido de modelo. Cada vez estaba más cerca y yo no tenía prisa porque la prisa mata lo importante.

Durante la larga y laboriosa postproducción que mi equipo y yo llevamos a cabo, acostumbraba a quedarme sola en la sala de montaje al final de cada jornada. Repasaba el trabajo realizado, tomaba notas sobre matices que afinaríamos al día siguiente y, además, volvía a enfrentarme de nuevo con esas obras de Zurbarán que habíamos ido grabando por medio mundo. Era un momento apropiado para escuchar lo que tenían que decir. Paradójicamente, quien me “hablaba” con más contundencia era san Bruno, el fundador de la silenciosa Orden de los Cartujos.

La mirada de san Bruno sentado a la mesa del refectorio, concretamente, acabó dándome unas claves muy importantes. Porque las películas, además de encerrar un misterio, encierran también un problema, un desafío. En este caso, el problema para mí consistía en cómo conciliar el cine, que lleva el movimiento en su raíz, con la pintura, que es estática. En la mirada de Bruno encontré la solución porque es una mirada que invita a la introspección, al silencio. Y el silencio nunca es absoluto sino que hace presentes los pequeños rumores que de otra manera no se escuchan. Por contraste, esos rumores cobran una extraordinaria importancia. Curiosamente, el silencio le proporciona al sonido un raro esplendor. Y la clave está en que el sonido implica necesariamente un movimiento-pertenece a un insecto, unas campanas lejanas, una fuente que recreas en tu imaginación…-. Por eso el silencio puede ser tan cinematográfico.

Los ojos de san Bruno me hicieron entender que el silencio estaba en el corazón de la obra de Zurbarán y que ese mismo silencio podía lograr que lo pictórico se deslizara suavemente hacia lo cinematográfico. A ello contribuyó también un recurso relacionado con el color. Pero no hace falta contarlo todo. Os espero en el cine.

 

AL MUSEO CON ARANTXA AGUIRRE

Museo de Bellas Artes de Asturias
15 de marzo, 18h

Inscripción previa en visitantes@museobbaa.com a partir del 7 de marzo

LOS 12 HIJOS DE ZURBARÁN

Presentación y encuentro con la directora Arantxa Aguirre

Teatro Filarmónica
15 de marzo, 20h

Entrada libre hasta completar aforo