Xaime Martínez
No es difícil encuadrar a Belén Funes (Ripollet, 1984) en un movimiento generacional. Al contrario, lo difícil es adscribirla solo a uno: estudió en la ESCAC y tiene mucho que ver con otras jóvenes directoras catalanas como Carla Simón o Elena Martín, pero sus películas —los cortometrajes Sara a la fuga y La inútil, y en especial su primer largo, La hija de un ladrón, con el que ha ganado el Goya a la mejor dirección novel— también forman parte de una nueva corriente del cine que se hace desde los márgenes del estado y que cuestiona una y otra vez el lugar desde el que narramos. Sus temas (la educación sentimental, la clase obrera, la vulnerabilidad, las redes vecinales, los suburbios) no son nuevos, y quizá por ello precisamente sacuden al espectador de una manera renovadamente eficaz.
En tu filmografía destaca la cuestión de la lengua, ya que optas por un lenguaje mestizo, que aparece y desaparece. ¿Cómo vives esta representación?
Para mí es algo súper natural porque he nacido en Barcelona y mi padre es de Jaén, entonces en casa siempre me he comunicado en castellano. Pero, por ejemplo, en el colegio siempre he hablado catalán. Estamos todo el rato cambiando y es algo que sucede de forma natural en Barcelona. Las dos lenguas conviven. A mí me parecía bonito representarlo en la película, sobre todo en estos tiempos de la desinformación. Que la gente pudiera ver que nos estamos entendiendo.
Últimamente están premiándose muchas películas hechas en la periferia (O que arde, Handia, Estiu 1993). ¿Se está mirando más ahora para lo que se hace en los márgenes?
Yo creo que de repente se ha descubierto. Hace unos años para hacer una peli tenías que irte a Madrid. Se está descubriendo que existe una cinematografía más allá de los límites de la capital. Me parece una buena noticia, porque en general lo periférico me gusta.
Aparte de la cuestión puramente geográfica, parece que este cine se quita muchas manías del cine español.
Claro, es algo que tiene que ver con el relato, con el punto de vista, con la forma de hacer cine, incluso con la puesta en escena… Tiene algo que ver con la misma concepción de la peli. De repente también hay una consciencia nueva de que lo periférico no significa lo impenetrable.
Dentro de la misma Barcelona, en La hija de un ladrón, también te interesa el elemento periférico.
Lo que ha sucedido en Barcelona es que se han hecho muchas películas sobre una ciudad que no reconozco, de Woody Allen, del Paseo de Gracia, de Gaudí… Esa Barcelona que parece que funciona perfectamente cuando la realidad es que no, y que a siete paradas de cercanías existe Ciudad Meridiana, donde la gente se las ve y se las desea para llegar a fin de mes.
Además, dentro de esta sociedad periférica que retratas en tu película se ve una oposición constante entre la limpieza y el suciedad, que encarnan el personaje de Sara, Greta Fernández, y el de su padre, Eduard Fernández.
Antes de rodar la película hablamos con muchas chicas que habían estado en situaciones similares a las que vive la protagonista. Una de ellas me comentó que entró en el centro de acogida porque los profesores dieron la alarma de que la niña iba sucia siempre, y eso a ella le había llevado a tener una obsesión con su propia limpieza. En la película Sara tiene esta negación de ser ella misma, por eso lleva también el pelo teñido de ese color. Para vencer el propio destino, esta rueda en la que está metida de servicios sociales, pisos prestados, una sitaución que nunca termina.
Estos intentos de Sara por salirse de la cultura en la que vive generan también una soledad brutal, ¿no? Aunque también aparecen en la película ciertas redes comunitarias que pueden salvar a los personajes.
Más que salir del mundo, ella intenta pedir ayuda y no sabe cómo hacerlo. En el caso de Sara intenta vencer su propio destino y no sabe cómo. Opta por la solidaridad vecinal y por este entretejido entre la gente, que al final es lo que nos queda cuando ya no hay
Además, los problemas físicos de los personajes de esta película se espejean en su ausencia de una educación sentimental.
La educación que han recibido de sus padres los ha configurado de forma defectuosa. Esta sordera que tiene Sara funciona como un problema morfológico de su oído, pero también es una metáfora acerca de ese personaje que solo sabe seguir adelante sin escuchar nada, solucionando situaciones, problemas, apagando fuegos… Y que no puede detenerse. Al final de la película, la primera vez que ella se detiene y escucha las preguntas que le hace el juez, es la primera vez que se pone a llorar. No sabe qué responder. Cuando le pusimos el sonotone el guionista dijo que ella estaba sorda de un oído, pero también un poco en general. En ese sentido, me siento muy identificada con ella.
En tu primer largomentraje recuperabas a un personaje de tu primer corto, Sara Garrido. ¿Para tu segundo largo traerás de nuevo a la protagonista de La inútil, tu segundo corto?
No, pero casi. Más joven. A Sara, sin embargo, creo que la dejaremos aquí.