Foto por Jordi Soler

“Cualquier mentira se puede convertir en verdad muy rápidamente”

La Agrupación Señor Serrano llega el 19 de marzo a la programación de SACO en el Campoamor con The Mountain, cine hecho en directo en el teatro con la verdad como reflexión y el mismísimo Putin sobre el escenario. Es teatro. Es cine. Es poesía. Es una mágica mirada al mundo de hoy la que la Agrupación Señor Serrano sirve en sus espectáculos, que se componen a partes iguales de artesanía y tecnología. Hay ética en el contenido y estética en el continente. Àlex Serrano es creador, creativo, director y ejecutor de esta formación barcelonesa que huye de lo convencional.

Vienen a un festival de cine con teatro hecho con medios audiovisuales. ¿Qué es esto? ¿Cómo define usted lo que el público ve?

Nosotros decimos que hacemos cine en tiempo real, pero lo hacemos en un teatro y, si se hace dentro de ese espacio, es teatro, porque el público tiene el cuerpo de que lo que va a suceder allí es un acto teatral. La diferencia es que en lugar de intermediar a través de los actores, a través de un texto, nosotros lo hacemos a través de unas cámaras, unos objetos, unas pantallas y un uso del espacio y, por tanto, lo que acaba viendo el espectador es una película a través de tres pantallas, en el caso The Mountain, donde se ve lo que va sucediendo en escena. El público en el fondo hace un doble ejercicio: el de ver el resultado, lo que mostramos en pantalla, y cómo se construye ese artificio, es decir, cómo creamos una imagen de una bota cubierta por la nieve de forma hiperrealista, mostramos la mentira del teatro, que puede ser algo muy sencillo y artesanal.

“Hacemos cine en tiempo real pero dentro de un teatro y, por lo tanto, es teatro, pero en lugar de intermediar con actores, lo hacemos a través de cámaras, objetos, pantallas y del uso del espacio”

¿Es una dicotomía entre artesanía pura y alta tecnología?

Es eso: la tecnología de las cámaras, del procesado en tiempo real, más sofisticada, y la tecnología teatral de la utillería, los pequeños objetos, la manipulación que casi se parece a los títeres, es algo muy artesanal, muy manual, muy sencillo. Lo bonito es ver cómo eso tan simple, tan mentiroso, se convierte a través de la cámara a partir de un punto de vista muy concreto, de la iluminación, en algo hiperrealista, casi perfecto, en una ficción. En el fondo lo que hacemos es mostrar cómo se construye la función. No somos Hamlet ni esto es Dinamarca, estamos en el Campoamor, en marzo, y lo estamos construyendo aquí, ahora mismo.

¿Cómo surge una compañía tan particular, única?

Nació hace 16 años, casi 17, y básicamente surge de la inquietud y el desencaje, de querer probar fórmulas diferentes y poner en juego herramientas que ya conocíamos. Yo venía del audiovisual, la publicidad, la producción de vídeo, de un mundo más o menos afín a la tecnología, y teníamos unos conocimientos que queríamos poner en escena. Y, como decía, también venimos del desencaje, de ver que el mundo teatral está construido de una manera en el que las piezas no acaban de encajar en todo lo que predomina, un teatro un poco costumbrista o clásico, con producciones que se ensayan tres meses, se muestran tres semanas, hacen tres meses de gira… No encajábamos en ese sistema, estábamos dos años para crear una pieza con sistemas de residencias y no de ensayos y periodos de gira de seis o siete años. Tuvimos que ir buscando nuestro circuito y nuestra manera, que estaba fuera de España, en festivales de teatro contemporáneo y de lenguajes actuales.

Es un lenguaje muy contemporáneo, pero muy fácil, que llega a todo el mundo.

Sí, lo que estamos explicando no es complicado, puede ser poético pero ni es abstracto ni difícil de seguir. Contamos con la ventaja de que todo el público tiene un bagaje audiovisual muy alto, todos llevamos un medio audiovisual en el bolsillo y, por tanto, jugamos a eso: el espectador conoce el medio, nosotros sabemos qué queremos contar, vamos a buscar la manera de hacerlo. Teniendo en cuenta que estamos en un medio híbrido, primero el audiovisual y segundo, el teatral, que tiene que ver con espacios, tiempos.

En The Mountain mezclan asuntos a priori diversos: Putin, la guerra de los mundos y el Everest. ¿Cómo se agita este cóctel?

En el fondo es un espectáculo que diserta sobre la verdad, sobre qué es y cómo se esconde. Haciendo la investigación primera nos dimos cuenta de que la filosofía clásica habla de la cima de la verdad, como un punto que está arriba, y hay muchas metáforas que relacionan verdad y punto de vista alto. Esto nos dio una pista. La otra era que queríamos usar el referente de la guerra de los mundos de Orson Welles, la versión radiofónica que hizo creer a multitud de americanos que había una invasión alienígena. Nos interesaba mostrar que cada vez que hay un medio nuevo requiere de un tiempo de climatización. Lo primero fue la montaña y a partir de ahí fuimos a parar al Everest y descubrimos que en 1924 había habido una expedición inglesa que había intentado coronarlo, pero no se sabía si lo hizo o no, es decir, no se podía llegar al a verdad porque no había medios para saber si Mallory llegó a la cumbre o no. Welles como la manipulación, Mallory como el concepto de no poder llegar a la verdad nos encajaba bien. Y, por otro lado, había la idea de que como hacemos teatro nos gusta que estas historias estén presentadas o puestas en cara de alguien y escogimos a Vladimir Putin, una representación virtual a través de una actriz con tecnología de máscara digital, y que él hiciera disertaciones sobre qué es la verdad.

¿Y por qué Putin?

Es uno de los grandes embajadores de la posverdad, es un personaje carismático, es eterno, es inmortal casi casi, muy enigmático y sabe muy bien jugar con lo que dice, con lo que se aparenta. Nos venía muy bien como contrapunto.

Estrenaron antes de que comenzara la guerra, ¿la lectura que se hace ahora de la obra es distinta?

Sí. Estrenamos antes de la invasión de Ucrania y nosotros hacemos mención en unas supuestas fake news a que Rusia invade Ucrania, por tanto anticipamos lo que iba a suceder. Ha cambiado la lectura y lo estamos notando con el público. La percepción de Putin no es tan sarcástica, se ha convertido en un personaje más amenazador sin haber cambiado una coma del texto. Pero, además, se transmite esa idea de que la mentira se puede convertir en verdad muy rápidamente.

Está hablando de todo el planteamiento ético, filosófico, metafórico de la función, pero por encima de todo es belleza, es estética, es algo muy poético visualmente y narrativamente.

Nuestro trabajo se llama artes escénicas, está más relacionado con el arte y la manera diferente de conectar con un tema. Nosotros no hacemos documentales ni ensayos, lo que hacemos es una lectura diferente en clave poética.

¿Cómo se llega a un montaje de este calado? ¿Cuál es el camino hasta el estreno?

Hay muchas horas y una tormenta sino un temporal inacabable de ideas. Es horroroso. Tardamos dos años desde que surge la primera idea hasta que se estrena el espectáculo. Los seis primeros meses son de investigación, lectura, reflexión y charla un grupo de tres personas, pero en lugar de intentar acortar un tema, lo que hacemos es expandirlo. Luego vendrán tres meses de seleccionar, escoger, empezar a afinar y a partir de ahí quedarán un año y un poquito más donde vamos a plantear una serie de residencias de creación, en periodos de diez días intensivas donde todo un equipo, escenográfos, programadores audiovisuales, camarógrafos, manipuladores, iluminadores y demás, se va a un teatro, a una sala de ensayo muy equipada para focalizarse a crear una parte de la pieza. La presentamos a un grupo de espectadores, nos dan el retorno y con eso nos volvemos a casa tres meses, reelaboramos la dramaturgia, la obra y volvemos a otra residencia. Y en ese proceso de residencias, la pieza va formándose poco a poco y sobre todo va modificándose.

Es un proceso de orfebrería por lo que dice y buscando un lenguaje universal, porque aquí el idioma no importa.

Es ensamblaje, orfebrería de lo pequeño y grande y dirigido a un público internacional, porque con España solo no podríamos vivir y porque como estamos usando un medio que es el audiovisual nos permite conectar con mucha más población. No hay la barrera del idioma. Estamos orientados a un mercado más grande y por eso intentamos escoger temas más amplios, no tan locales.

“Cualquier imagen es una mentira”

Vivimos en un bombardeo visual brutal, rodeados de imágenes continuamente. ¿Cómo crear imágenes potentes, impactantes en medio de tanta sobredosis?

Hay dos estrategias: la orfebrería y la poesía. La poética es dar un punto de vista diferente a lo visto. Y descubriendo que la construcción de cualquier imagen es una mentira. Cualquier imagen, una gota de nieve, una mano congelándose en la nieve, no es más que un bote de spray. Queremos hacer ese guiño al espectador de lo que vemos en la pantalla no deja de ser un trozo fragmentado.

¿Qué será lo próximo?

Estamos trabajando en un proyecto que se llama Una isla, que se va a estrenar en mayo en Portugal. Es una obra que intenta, a través de la metáfora de cómo habitar una isla, intentar responder a la pregunta de cómo podemos vivir juntos en un mundo que se acaba y si en este mundo finito podemos o debemos llegar a un acuerdo. Y esto lo estamos haciendo preguntándole a varias inteligencias artificiales, que están ayudando a construir el espectáculo y por tanto la isla no es solo la metáfora del mundo, sino también de ese espectáculo que estamos construyendo.